El Camino de la Vida (Metáfora)
Avanzo sentado, inmóvil, quieto, pero me desplazo a gran
velocidad por un sendero lleno de obstáculos que los esquivo gracias a mi
destreza, aunque a veces sin querer o queriendo me choco con ellos y me los
como produciéndome una indigestión duradera en el tiempo que ni el mejor elixir
es capaz de aliviar.
Sigo avanzando, me para una ventisca más fuerte de lo que
creía, intento anclarme al suelo y echar raíces cual árbol que da sombra a esa
flor a punto de florecer y donde viven varias ardillas comiendo bellotas. Un
manjar para ellas, que dan sentido a la existencia de ese árbol con ramas
agitadas por el viento y mojadas por la lluvia fina del bosque.
Pero sigo hacia adelante, mirada al frente y sin retrovisor,
aunque a veces lo echen de menos, también voy sin mapa, sin guía, sin brújula,
sin un rumbo fijado previamente. Los pájaros, en ocasiones, me sirven de
compañía y me arrancar una sonrisa, pero procuro no acostumbrarme a ellos ya
que en el momento menos pensado pueden cambiar de dirección y dejarme de nuevo
solo en el sendero.
Llevo un largo camino recorrido, mucho aprendizaje a mis
espaldas que comparten espacio con piedras que me cargo durante el trayecto,
pero soy incapaz de soltarlas en alguna cuneta para olvidarme de ellas de una
vez por todas.
Se está haciendo largo, muy largo por momentos. En cambio,
hay otros que parece que voy a toda velocidad sin poder pararme a disfrutar del
momento, algo que me hará arrepentirme cuando avance un par de kilómetros más
allá, lo que provoca que a veces me caiga en un pozo donde el agua me llega
hasta el cuello. Aprendo la moraleja de disfrutar del momento demasiado tarde,
cuando son solo un recuerdo y me toca sobreponerme a ellos.
Sigo avanzando y sin darme cuenta el camino poco a poco
llega a su fin, se terminan los árboles, el sendero, las flores, los pájaros
acompañan antes.
Llego al final donde solo pone un cartel donde pone con
letras enormes: Final del trayecto,
vuelva a empezar.
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